Carta dirigida a algunos/as profesores/as
En estos días en que dispongo de tiempo para pensar sobre usted y sobre el pasado; ahora que no pesan exámenes sobre mi conciencia ni ejercicios obligatorios que terminar, puedo permitirme el pecado de expresar el fruto de mis vivencias y pensamientos.
Trabajo me ha costado comenzar a escribir fuera de las dos líneas que me imponías; más esfuerzo aún he necesitado para buscar palabras que no vienen en ninguna caligrafía ni me mandaste copiar en ninguna bibliografía. "Buenos Aires es la capital de Argentina", tenía para mí, niña, tan poca importancia que ni siquiera me molesté en preguntarte qué significaba capital, o Buenos Aires, o Argentina. Vinieron después muchas palabras repetidas en exámenes a los que tú puntuabas con la ingenua pretensión de que mi conocimiento quedaba calificado con exactitud matemática.
Insuficientes y promocionados los veo ahora igual de injustos, juntos en el absurdo. Insuficientes y promocionados siguen siendo el único motor posible de la escuela tuya, porque el aprender como obligación a nadie mueve; ni tan siquiera a ti, que sigues sabiendo ahora tan poco como cuando terminaste tu carrera, y ese poco, tan sólo puedes recitarlo. A menudo repites que estamos en las nubes porque pensamos en nuestros juegos, en nuestras reuniones, en nuestros novios, porque miramos la gente que pasa. Y ese es nuestro mundo, nuestra tierra, allí están nuestros pies; tú eres, quien esta en las nubes hablando de la Técnica, del rendimiento y de la trasmisión de contenidos. No somos simples maquinas receptoras.
Recuerdo ahora los días de invierno entrando en casa porque ya el sol se había metido y el frío intenso ocupaba su lugar; el charlar quedaba para otra ocasión. El Sr. Ministro había decidido que hacer los T.P era más importante para nuestra formación, porque ya habían planificado tiempos de desahogo en el patio entre atadura y atadura. En cambio, qué poco recuerdo las voces de mis compañeros en la clase: casi siempre les oí después de interrogación contestando lo que malamente recordaban de su ración diaria de lección insípida.
He estudiado la EGB, el polimodal, la Universidad, el Terciario y algo más, han pasado algunos años y tú apenas has cambiado: ahora repito frases más largas, pero demasiadas veces pertenecen a un lenguaje de otro mundo o dicen aquello que ni siquiera deseo escuchar. A menudo en estos tiempos buscas excusas en las que esconder tu ignorancia y tu cobardía:”Las autoridades” "el programa"”La distribución áulica” "no tengo tiempo" "no dispongo de medios adecuados". Te has colocado al otro lado de la vida y te da miedo saltar.
Ni recuerdo ni me importa no recordar aquello que según la planificación de tu materia debería saber; perdido en la lejanía del olvido y el desinterés se encuentra ahora por igual lo que repetí vigilado en un papel y lo que nunca logré memorizar. De la inmensidad de papeles gastados, no más de unos pocos fueron escritos a gusto y libremente; contigo ninguno. Para comenzar a aprender he tenido que empezar de nuevo y aún peor: debí superar el sueño producido por varias sesiones diarias de lecciones magistrales y el desinterés por la vida suministrado por la obligación de horas callado; tardé en comprender que leer puede ser interesante y aprender un gozo. La imaginación mía te la llevaste al mismo sitio en que se perdió la tuya.
Siento que me has robado el tiempo que ya no te puedo arrebatar; horas que dejaron escapar la vida entre los renglones rectos. No te apruebo ni te suspendo, ladrón de vida, en tus manos lo dejo, porque la nota que yo te ponga no constará en ningún acta oficial ni te obligaría a repetir curso, y porque, al fin, jamás entenderías, peón de intereses más altos.
Eugenia Palillo